jueves, febrero 25, 2010

Tus lentos pasos.

Tus lentos pasos, tu frágil cuerpo, tu voz delgada, pero con la curiosidad de siempre, con las mismas añoranzas de hace unos ayeres, con tu sonrisa franca, y tu humor simple.

En tus ojos aún se percibe el entusiasmo por llegar al ver el horizonte, por descubrirle formas a las nubes; como cuando lo hacías juntos a tus hermanas tumbadas sobre la hierba, y soñaban con algún momento del futuro, ese que ahora es un punto en el pasado.

Cuantos anhelos reunidos, cuantas noches en vela, cuanta ropa lavada, cuanto esfuerzo sudado, cuanto trabajo acumulado guardan tus manos.

Nada te preparo para el cansancio, tu carácter indómito no lo permite, no se rinde, no lo acepta, tu corazón rechaza el veredicto del tiempo, y desafías nuevamente al destino.

Sigues cumpliendo con tu destino, de la única forma en la que sabes hacerlo, con el mismo coraje de la la niña de 13 años que sembró un mango, ahora eres la abuela a veces testaruda que no cesa de tratarnos como niños, que reclamas, y gritas a la menor provocación, pero que ríes con la misma facilidad.

Continuemos pues con el recorrido y  veamos que sorpresas hay en el camino, que nuevas cosas verán tus ojos, veremos con que te vuelves a sorprender.

jueves, febrero 11, 2010

Platicas con la abuela

 

 

Pese a que con los abuelos de repente te parece que ya has escuchado unas mil veces la misma historia, pero de repente en el relato salen detalles que no habías atendido. Hoy  uno que me anima a escribir esto, aunque para ser francos de lo que llevo escrito, y sobre todo de la forma en que estoy escribiendo no creo que le vaya hacer la justicia suficiente. Porque de verdad esto desato mi imaginación en el momento, pero a la hora de ponerlo en papel (en bytes), pues la idea gestada en la mente y las emociones que desato no se reflejan del todo.

 

Todo comenzó por que mi abuela me preguntó si ¡¿había unos retoños de ciruelos?; pues uno que esta junto a la pileta de la casa ya ha comenzado a florecer, le dije que no. Ahora ella quiere sembrar algunos en el descuidado patio trasero de la casa.

 

Esto la hizo recordar de cuando era una niña de 12 años, sembró un mango, justo a la orilla de la cerca, junto a unos platanares en la casa donde pasó su infancia, al ver su expresión apuntando y su mirada como si en ese instante lo estuviera viendo, fue como si nos hubiéramos traslapado en un viaje en el tiempo, y ella pudiera ver el lugar donde planto ese árbol de mango, por ello me fue imposible no verlo junto con ella, quizás no tan claro, pero si pude ver la cerca y los platanares y en el medio una tierna mata verdusca de mango. También vi a la niña de 12 años en los ojos de esa anciana de 77 años. El entusiasmo y la ilusión se reflejan fielmente en el brillo de una mirada.

 

Me dijo “A los tres años de sembrado me pude comer un mango de ese árbol”, “Dio un ramillete de mangos”. Y volví junto con ella a ese lugar ahora con una mata ya convertida en una arbolito, con unos cuanto frutos colgando de sus frágiles ramas, y a una adolecente de 15 años estirando los brazos para alcanzar esos primeros frutos, la recompensa por los cuidados, y la paciencia. Y casi al mismo tiempo pudimos sentir el olor de esos deliciosos frutos.

 

Ella mientras tanto juntaba las manos como si tuviera el mango entre sus manos.

 

Me intriga como podemos tener recuerdos tan claros, tan vividos, como si el tiempo transcurrido entre el relato y el hecho apenas hubiera sido un suspiro.

 

Mañana a comprar mangos porque a mí se me antojo uno con chile piquín.