viernes, enero 06, 2012

Un día de reyes.

¿Habrá razones para llorar? mejor dicho ¿se llora por alguna razón?

No lo sé no pienso en ello mientras lloro, en una noche después una sesión de música, sin avisar se presentan las lagrimas; al parecer sin una buena razón, todo en teoría esta bien, y quizás llorar porque todo esta bien sea una forma de agradecer que todo sea así.

Creo que lloré por el recuerdo, de noches anteriores, esta vez no por una amor mal logrado, o una decepción, o por dolor. No lloré recordando momentos felices, afortunados, simples. Una mañana unos juguetes, unos niños y sus ilusiones.

Recordé otras noches previas a la llegada de los reyes, me acorde de mis hermanos y la ilusión que les hacía poner su carta en el zapato esperando que fuera adecuadamente contestada por los reyes. Pero sobre todo recordé a ese ser especial que procuraba que la ilusión no se desvaneciera. Me acorde del rostro de satisfacción de mi madre mientras veía a sus críos abrir sus regalos.

Como todo buen hermano mayor descubrí antes que mis hermanos quienes eran en realidad los reyes magos, fue en un día de escuela; mientras hacíamos fila en un patio, unos compañeros hablaban y uno le decía al otro, ¿cómo no lo sabes? ¡son los padres!. Mientras veía como la ilusión de mi amigo Javier se desmoronaba al mismo tiempo que la mía, era mi espejo. Parece que lo veo ahora mismo.

Luego de la sorpresa me invadió otro sentimiento, el de el agradecimiento, ahora lo entendía con más claridad, ahora podía valorar más todos aquellos regalo. Todos provenían de la misma mujer. Por eso los reyes no podían traerme lo que yo quería, a mi mamá no le alcanzaba y menos si tenía que comprar juguetes para tres.

Entendí entonces todo su esfuerzo para que el día de reyes fuera especial, ese año ya no pedí, fue el primero en que no escribí una carta, iba ya en tercero de primaria. Mi madre intuyó que ya sabía la verdad sobre los reyes magos.

Me limité a decirle que ese año no pediría nada, que estaba bien, me miro con ternura y condescendencia, fue la primera vez que me sentí mayor, yo ya sabía, y estaba decidido a ser cómplice para mantener la ilusión en mis hermanos.

Esa vez la acompañe a comprar los regalos y ayudarle a decidir que le compraría a mis hermanos. Al final me pidió que escogiera algo para mí, que estaba bien, que podía escoger lo que quisiera. El niño volvió a mi, y escogí unas figuras de acción.

Me tocó vivir una infancia afortunada, y todo gracias a mi madre.

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